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Que el pueblo tenga hambre
  viene de que los de arriba se zampan muchos impuestos,
  por eso tiene hambre.

Que el pueblo sea difícil de guiar
  viene de que los de arriba actúan demasiado,
  por eso es difícil de guiar.
Que el pueblo se tome a la ligera la muerte
  viene de que los de arriba buscan demasiado la opulencia de la vida,
  por eso se toma a la ligera la muerte.

Pero aquél que no actúa por amor a la vida
  es mejor que ése a quien la vida le es preciosa.
  


Parece que el primer párrafo pueda ser el trozo original donde habla el sentido: otra vez una simpleza que sería una contestación a las monsergas oficiales de los sabios que pretenden dar recetas de gobierno.

A esto sigue, en el segundo párrafo, una glosa con aires de continuidad, pero que ya se siente lo que quizá en el primer párrafo se quiere ridiculizar: tiene aire otra vez de doctrina gubernativa, donde se vuelve a anhelar la fe en la muerte.

En el último párrafo, el sentido contesta a lo que se ha dicho en el anterior. Le contesta desmintiendo lo que ahí se dice: contra la recomendación de creer en la muerte; contra el temor a la muerte y, por tanto, contra actuar por precaución para guardar la vida, el sentido dice que es mejor aquél que no actúa por amor a la vida. Es mejor que ése al que la vida le es preciosa. O sea, es mejor que ése que teme la muerte.