Si domina uno totalmente grande, entonces el pueblo apenas sabe que él está ahí. A los no tan grandes se les ama y alaba, a los todavía menos grandes se les teme, a los todavía menos grandes se les desprecia. ¡Cuán discreto hay que ser en las palabras! Los trabajos quedan terminados, los negocios siguen su curso y toda la gente piensa: "Somos libres".
Capítulo claramente contra el sentido, donde se defiende esa fe en el sabio bueno; en el gobernante bueno. Es, más o menos, la ley de la Realidad: la de tener que darse a respetar para poder tener predicamento, como se decía. Pero el sentido, razón, no puede depender de salir por boca de éste o del otro. La fe en esta persona o en la otra, no puede en definitiva más que ir contra el sentido. Las tres líneas finales bien lo corroboran: esa fe es la que hace marchar al Dinero con la ilusión de libertad. Como dice un anuncio de los que han puesto en las casetas de apuestas de las calles (de los ciegos, dicen): "Nuestra fuerza es tu ilusión". Sin ilusión (sin fe), no hay obediencia al Dinero.