El sentido crea el uno. El uno crea el dos. El dos crea el tres. El tres crea todas las cosas. Todas las cosas tienen a la espalda lo oscuro y van tras la luz y la fuerza que fluye les da armonía. Lo que los hombres odian es el abandono, la soledad, ser poco. Y sin embargo príncipes y reyes eligen eso para designarse a sí mismos. Pues las cosas o bien se las hace más por disminución o bien disminuyen por hacerlas más. Lo que otros enseñan lo enseño yo también: "Los fuertes no mueren de muerte natural." Esto quiero hacerlo el punto de partida de mis enseñanzas.
"El sentido crea el uno". Quizá la crítica fuerte a este párrafo esté en ver cómo no puede librarse de esplicar la génesis del mundo: de dar razón de él: y para colmo poniendo en su origen al sentido: o sea, a razón; o sea, diciendo que es razón la que origina el mundo. A lo mejor se le podría contestar a este trozo así:
El sentido rompe el uno.
Del uno (en falso) viene el dos.
Del dos (en falso) sale el tres.
Las cosas en general vienen (en falso) de esos tres.
"Todas las cosas tienen a la espalda lo oscuro": esta primera parte puede ser razonable: "lo oscuro" puede decir lo que está negándose a cumplir y que además está, por decirlo de algún modo, dentro de la cosa (pero sobre todo no decir que está fuera de la cosa, porque equivaldría a decir que la cosa obediente, lo que se llama Realidad, estaría de verdad bien fundada, bien estructurada). Esa oscuridad de mí (por poner un ejemplo de cosa) la requiere mi persona para intentar acotarse y definirse ella, como olvidando costantemente lo que no me va bien en realidad, olvidando lo que me haría otra cosa, olvidando lo que no sirve al cumplimiento: haciendo como que no siento que en verdad hay más y más que no queda separado de mí. Este mecanismo de engaño y ceguera es a lo que se puede reducir el assurdo nombre que los cultos llaman astración.
Que las cosas "van tras la luz" ya no se le ve buen sentido, porque parece que vuelve a la intención de esplicar el nacimiento de las cosas, como Agustín García Calvo hablaba también de que están costantemente entrando cosas en la Realidad desde lo que no se sabe: algo gratuito y confuso. No se puede admitir esa especie de dinámica entre lo que no se sabe y lo que se sabe porque, a pesar de todo, mete lo que no se sabe -a través del movimiento, de su "entrada"- en el saco de la Realidad.
Los príncipes, reyes, señores y, en general, gente bien, en la China de hace miles de años y por otros sitios que nos dice la historia, hacían siempre lo mismo: elegirse nombres para distinguirse de la gente: como (según dice aquí) "soledad", "abandono", "ser poco", o también, "excelencia", "majestad", "alteza", "ilustrísimo" y lo que sea. Eso sí que puede dar que hablar. No la falsa contradicción que se apunta aquí, recomendando una vez más la humildad para llegar más arriba.
El último cacho, así suelto, "Lo que otros enseñan, lo enseño yo también: Los fuertes no mueren de muerte natural" puede tener buen sentido, porque además de lo inmediato que se siente, no dice que haya en verdad "muerte natural" para nadie. O sea, se puede intentar glosar añadiendo que la muerte no es natural, y con esa muerte, con la muerte no natural (ya que no hay otra) es como mueren los fuertes. O sea, las personas reales y coscientes de lo que son. Porque ¿hay algo más fuerte que eso?