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La ocupación de la vida grande es seguir totalmente el sentido.

El sentido hace las cosas así de caóticas, así de oscuras.
  Oscuras, caóticas, son en él las imágenes.
  Oscuras, caóticas, son en él las cosas.

De una oscuridad sin fondo es en él la semilla.
  Esta semilla es totalmente verdadera.
  En ella está la confianza.

Desde antiguo hasta hoy
  no han podido faltar los nombres
  para poder mirar de un vistazo todas las cosas.

¿De dónde sé yo la manera de todas las cosas?
Simplemente de ellas.



Los dos parrafitos en los que se habla de la oscuridad y de la semilla, son más bien doctrina que pretende imaginar cómo son las cosas o de dónde vienen, y por tanto, pretender saber lo que no se sabe. Parecen contra razón.

La última frase podría también llegar a entenderse así: "Simplemente de ellos" (de los nombres de las cosas, de los que habla poco antes). Lo cual me parece que tendría muy buen sentido, por completar la denuncia que se empieza, al decirnos que esa pretensión de englobar de un vistazo las cosas (o sea, las cosas de cualquier clase e igualmente cada cosa en particular, englobada de un vistazo en una supuesta unidad íntegra toda ella), sólo es posible a través de un nombre (ahora y también desde antiguo, atacando a una idea que no deja de sonar y que viene a hablar en favor de unos supuestos nombres verdaderos, que se habrían creado sin malicia: los nombres auténticos de los tiempos remotos, que no mienten), y se completaría esa denuncia, digo, advirtiendo que lo que sabemos, lo que yo sé de la índole de las cosas, no me viene sino de los nombres que se les dan. O sea, que la costitución de la cosa como algo abarcable de un vistazo (esto es lo que ha venido también a querer decir la palabra griega 'idea') no es sino una fantasía que no viene de la cosa -cualquiera de ellas nunca de verdad abarcable y definible- sino del truco de ponerle un nombre, que en sí mismo lleva ese ideal que las cosas en verdad no tienen.

El buen sentido de la traducción dada, por otro lado, estaría en advertir -después de esa denuncia de la mentira que suponen los nombres por la pretensión que tienen de darnos a conocer la cosa- que la forma de habérnoslas con las cosas para su trato -o sea, "saber su manera", hablando un poco irónicamente después de lo anterior- sería a través de ellas mismas (y no de sus nombres). Aunque, desde luego, queda flotando el peligro de no desmentir con claridad eso de que en verdad puedan conocerse las cosas. O sea, el peligro de que no se entienda la pregunta "¿De dónde sé yo...?" y su contestación, como una ironía, en el sentido de querer decir:

¿Conocer? De eso nada: tratar con las cosas, pero sin nombrarlas, eso es el "conocimiento" de ellas que te es dado (o sea, de verdad, ningún conocimiento, puesto que no puedes llamarlas así o asá; y por tanto ponerles el límite aquí o acá y por tanto saber dónde empieza una u otra).